Comentario: está visto que no solo los marinos
mercantes esperamos el ansiado relevo.
Cabo de Hornos, 1932.
Arrojó las últimas paladas
de tierra y colocó con cuidado unas piedras que señalaron la pequeña tumba. Su perro,
su única compañía, había muerto aquella noche. Muerto de viejo, pero Donovan no
encontraba consuelo. Había cavado a pocos metros de la barraca de herramientas
del Faro. Allí descansaría, cerca de donde siempre había vivido. Con esfuerzo,
levantó la cabeza. El basalto casi negro de las islas vecinas desplomado a
pique sobre el mar era su único horizonte. Calculó todavía una hora de luz. Por
costumbre, su mirada cayó sobre el islote de los lobos marinos. Absorto,
contempló los pesados cuerpos deslizándose al agua; dos machos, las cabezas
erguidas y los colmillos al aire, se provocaban a una lucha que, por pereza, no
entablarían. Metros abajo, entre los recovecos de las piedras, grandes trozos
de hielo subían y bajaban al compás de la rompiente.
TEXTO COMPLETO EN: El faro.
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